domingo, 7 de agosto de 2011

268

La brisa era suave, la playa estaba calmada, algo normal a esas horas de la noche, solo se podia escuchar el romper de las olas al chocar, suicidas, contra la arena y las rocas.
El agua me rozaba suavemente los pies, parte del vestido, pero no me importaba.
Apareció entre las sombras, y me abrazó, sin decir nada, a la vez que una lágrima caia de mis ojos, y otra la seguia. Me miró, recojió las lágrimas con la yema de los dedos, suavemente.
-Estoy aqui para lo que necesites, estare contigo siempre, lo sabes, ¿verdad?- susurró, como si sus palabras fuesen a asustarme, o a hacer que huyese.
Me avisó con los ojos y se inclinó hacia mi, presionando sus labios en mi frente. Le abracé.
La luna dibujaba un escenario, un mundo nuevo en el agua, nos iluminaba levemente, como quien no quiere hacerlo, ajena a nosotros, ajena a todo lo que habia pasado ese día.
Nos quedamos en silencio, durante horas, mojándonos a causa de la marea, sin que nos importase, dejándo que el tiempo transcurriese y acabase ya con ese largo día de agosto.
De repente me fijé en la luna, estaba triste, apagada, como si se diese cuenta de todo lo que habia pasado y, en consecuéncia, adquiriese nuestro estado de ánimo, triste y apenada de que ya no fuese esa sonrisa quien le quitase el protagonismo.

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